Seguro que no tiene nada que ver la muerte de Rania con su nueva pareja. Seguro que no entra en el nuevo grupo de crímenes mirados con lupa por la nueva administración debido a la nueva manera de mirar la vida, que, está claro, ha mejorado a una parte de la raza, pero también ha puesto en entredicho a parte de la otra.
Si fuera así, si se tratara de un nuevo crimen pasional de género, no sólo engordarían las estadísticas, sino que la razón se volvería más sólida, cierta razón al menos, la que, a través de las palabras de algunos, intenta dominar el mundo cada vez de un modo más vergonzante mediante el lenguaje, mediante la manipulación del lenguaje, metiendo a todos en un mismo saco, privilegiando lo que debe estar a la misma altura sin estar privilegiado, para no subvertir el mundo y convertirlo, aunque de otra forma, también en un mundo injusto.
Sabía que Rania comenzaba una relación, porque tropecé con ellos, tan martelados que no había distinguido a nadie, sólo que ella tropezó adrede. Al principio, pensé que se trataba de dos borrachos caminando por las Ramblas a las nueve de la noche. Allí te puedes encontrar de todo, pero ella me abordó imitando un lenguaje entre extranjero y desvergonzado, empujándome con la mano. No pude reaccionar, no sabía qué hacer, en estos casos, ya se sabe, no se mira de pronto a la chica, sino al chico, como pidiendo explicación, como sabiendo a ciencia cierta de que él se da cuenta de lo que ella está haciendo. Posiblemente quería constatar que el otro también estaba fuera de sus cabales. O poder llegar a alguna conclusión provisional.
Y estalló una risotada también desvergonzada. Ella abrió tanto la boca que me quedó oculta e irreconocible. Y lo mismo hizo él, con tanto atrevimiento. Ella me abrazó totalmente mientras seguía sonando la música estruendosa de su risa. Yo estaba aún perplejo y rogaba al cielo con insistencia para que me sacara del suplicio.
Logan, jajaja, eres el mismo Logan de siempre, Logan entre despistes, te presento a Mario. Mario, éste es Logan, del que tanto te he hablado.
Le dí la mano, con la cara de sorpresa todavía asomando, y esperé lo siguiente.
Tomaremos la copa ahí en la esquina. Tengo que contarte algo.
Y, un poco liberado de la impresión entre desagradable y sorpresiva, me encaminé con ellos a un bar de la esquina, donde otras veces habíamos parado a mojar nuestras gargantas esos días perdidos en un lugar tan céntrico.