De abanico a manta corren los meses, las lecturas, las celebraciones, las palabras. Todos con una prisa enorme. No hay tiempo para la pausa y el regusto. El verbo degustar se ha ausentado de este mundo. Intento provocarle su vuelta, enseñarle la muleta como si de un toro se tratara. Lo piropeo a pesar de mi poco deseo de practicar alabanzas. Y en esas estoy. Hago paradas, levanto la mirada, aminoro el paso, me inunda el deseo de embelesarme y me repito a cada instante date cuenta de lo que haces. Por si me ayuda a hacerlo de facto. Pero las prisas me circundan como culebras amenazantes de mil formas y me embisten sin la menor delicadeza.
Tantas aprensiones me incitan a una maratón por los diarios de Chirbes, un largo y lento recorrido, me acompaña siempre Tizón con su leve herida a cuestas y luego una multitud de señores y señoras a los que me asomo porque me seducen, pero duran poco entre mis manos. Porque siempre hay gente nueva que llega, asoma la cabeza, me mira y me atonta, aunque todo vuelve a ser pasajero. Unos pisan a otros. Algunos se quedan colgando y no puedo soltarlos. Esperan simplemente el momento en que puedan mantener durante algún tiempo el encuentro iniciado.
Aun así, sigo nadando. Muchos peces alrededor. Se acercan. Me huelen y me picotean con sus sensuales labios. No me disgustan nada. Siempre busco en ellos la nueva sensación, el nuevo fervor, el espíritu seductor que aparece, se regodea y me deja con un deseo encendido. Me encuentro rodeado de llamas dispuestas a ser utilizadas, a conceder un placer exclusivo. A veces no sé si soy un pez que caza o que es cazado. O que soy más pez que los mismos peces, a caballo entre el mar y el agua dulce de los ríos que van a la misma mar.
Hace poco he vislumbrado un hueco donde evadirme, una lengua fácil, un pez George recomendado. Pensaba que me iba a transportar a otros océanos, pero se ha quedado cerca de mi, como tantos. A veces me mira, me encandila y se coloca de nuevo muy cerca. Sabe que debe compartir mi compañía con tantos otros que nadan a nuestro lado. No dejes que te agobien, sigue la senda como más te guste, me dice la comendadora. Y yo le hago caso. Porque pienso lo mismo. Y, sin agobios, continuo mi camino de ser fragmentario.